Era sólo un billete de mil pesos. Estaba en el piso del bus, bajo un asiento que acababa de ser desocupado, al otro lado del pasillo. Cuando me di cuenta la puerta ya se cerraba, dejando a su dueño abajo.
Me quedé pensando si podía recogerlo, si debía recogerlo, y guardarlo para mí. Miré a mi alrededor: unas pocas cabezas gachas, nadie más lo había visto. Empecé a imaginarme cómo hacerlo, si acercarme poco a poco, si cambiarme de asiento y “¡Oh, un billete!” o simplemente pararme, recogerlo y sentarme otra vez, como si nada. No me decidía y, con sorpresa, noté que mi pulso comenzaba a acelerar. De pronto el bus detuvo, subió una mujer con calzas de cebra que ocupó justo ese asiento y sin dudar lo recogió.
Así mismo -me di cuenta- fue como te dejé ir.
D.S.C.